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Los costos del sacrificio por amor

El sacrificio de uno termina convirtiéndose en la prisión del otro

Un factor que  daña la autoestima es renunciar a nuestras propias necesidades o deseos en función de los deseos del otro. Frecuentemente, en nombre del amor, hay personas dispuestas a sacrificarse por el otro creyendo que con ello la pareja permanecerá a su lado para siempre.

Es verdad que todos deseamos agradar a los demás pues se trata de una necesidad humana. Es reconfortante despertar el interés de otros por la propia persona pues con ello se reafirma la autoestima, se alegra el corazón, disminuye el miedo, aumenta la confianza y se abre la promesa de un futuro compartido, es como «tocar el cielo con las manos».

Sin embargo,  esconder o negar nuestros deseos, sueños, necesidades, o postergarlas para que el otro sea feliz, puede tener graves consecuencias.

Existe en muchas personas, sobre todo en las mujeres, confusión respecto al deseo de agradar, y se ve como un acto de «amor incondicional» por el otro  postergar o suprimir las necesidades personales. Al final, ese amor termina convirtiéndose en servilismo o sometimiento, pues el mensaje que nos damos a nosotros mismos es «no soy tan valiosa como él, por eso, debo sacrificarme para que sea  feliz, cubrir sus necesidades aunque pase por encima de mí, al fin y al cabo ¿qué me cuesta si es el precio para que no me abandone?».

Del mismo modo, la sociedad nos hace creer que estas actitudes o conductas no tienen un costo, pero es un engaño. Todas las decisiones que tomamos en la vida tienen un precio, es inútil quererse convencer que el negarse a uno mismo por otro  no va a tener una consecuencia.

Al final, las mujeres o los hombres que se afirman «Qué más da, no me cuesta nada«, cada vez que se hacen a un lado para satisfacer al otro, van generando mayores expectativas por un lado y resentimiento por el otro.  Y no tienen que ser necesariamente  cosas importantes como dónde vivir, cómo administrar la economía familiar, cómo educar a los hijos, pude tratarse de cosas simples y cotidianas como la decisión de dónde comer, a dónde ir de vacaciones, qué  canal de televisión ver, a que familia o amigos visitar o invitar el fin de semana).

La persona que generalmente sede, se va sintiendo cada vez más entrampada por la sobrecarga de sus «seres queridos» pues no quiere sentirse culpable por no satisfacer los deseos del otro y cree que esto, es un acto de amor, por lo que se sigue queriendo convencer con frases como  «Lo amo, no me cuesta nada, es para que sea feliz«. Pero la realidad es que, por mucho amor que se sienta por el otro, el renunciar a uno mismo el algo que sí nos pesa y nos genera resentimiento. A fin de cuentas, si el otro también  ama a su pareja, le deberían importar sus deseos y necesidades pero, si no es así, surge la duda de qué tan verdadero es su sentimiento amoroso.

El amor es el sentimiento más bello, pero no está exento de costos y, si estos son excesivos, terminan  perturbando el sentido de equilibrio.Cada vez que la persona se sacrifica, aumentan sus expectativas de recibir algo a cambio. Espera, sobre todo,  la garantía de un amor eterno y de una permanencia para toda la vida.

Por su parte, «el beneficiario», termina sintiendo los sacrificios del otro como una carga y su amor, como una prisión de la que lo único que quiere es escapar.  Se da cuenta de que el costo por lo que recibe es demasiado alto, que nunca lo podrá pagar  y esto, paradójicamente, provoca que ya no quiera continuar con la relación y se aleje, provocando mayor confusión y dolor al que lo dio todo por amor, pues de nada valieron sus sacrificios y se enfrenta ahora con sentimientos de frustración y de poca valía, con la idea de que hay algo muy malo en él o ella,  pues ni sacrificándolo todo logra mantener al ser amado a su lado.

En conclusión, el no reconocer las propias necesidades, el no aprender a negociar, el miedo al conflicto o a enfrentar la ausencia del ser amado, la auto postergación de nuestros deseos, sueños, planes, proyectos por darle siempre el lugar a los del otro, terminan anulando la propia personalidad, generan mucho resentimiento (no es justo que yo de todo y no reciba nada o muy poco a cambio), lastiman profundamente la autoestima y socavan las bases del intercambio amoroso.

Cuando la energía entre  «dar y el recibir» no están equilibradas, quien más da se pone en un plan de superioridad («yo soy mejor, o más fuerte, o más bueno, o más lindo, o te amo más por eso soy yo quien se sacrifica por ti») y el otro, el que recibe todo,  se termina sintiendo inferior («soy más débil, menos bueno, menos fuerte, la amo menos, por eso yo nunca podría compensar todo lo que ella me da») y, ante esto, no tiene más remedio que marcharse, pues ante una deuda impagable, lo único que le queda es salvar su dignidad y autoestima alejarse.

Por ello, tenemos que  ser muy cuidadosos en el flujo del dar y recibir y, si ya dió algo la persona, no seguir dando hasta comprobar que también se abre para recibir (o pide, reclama, exige, según sea necesario), en reciprocidad.

Verse a sí mismo (en cuanto a las necesidades, deseos, metas, objetivos personales)  y ver al otro (sus necesidades, deseos, metas, objetivos personales) es la clave para el bienestar y para mantener a salvo la autoestima y el amor en las relaciones con los demás.

Gracias por leerme. Recuerda, no te marches sin dejarme un comentario, me interesa saber qué piensas y cuál es tu experiencia en relación a lo dicho.

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